Ella cada tarde
se sentaba frente a la ventana, miraba aquella hora incierta, donde el día se
iba despidiendo lentamente, a ratos una hora gris, sin principio, sin fin.
Le daba la
espalda al resto de la casa, donde la oscuridad se iba metiendo sigilosamente,
perdiéndose en los pliegues de las blancas cortinas, debajo de los sillones,
refugiándose para buscar la calma, quizás para encontrarse dentro del silencio
y tomarse de la mano con los recuerdos, lo único que la ataba a él.
La ciudad muere
lentamente, y aquella larga cabellera oscura, la noche, dama sigilosa y
callada, abrazaba los ruidos, teñía las calles, besaba los tejados de las
casas, avanzaba lentamente, esparciendo su sombra imponente, mientras aquellos
que temían estar a oscuras, encendían pequeños luceros para alumbrar los
caminos, retando su imponencia.
Ella ahí,
sentada por largas horas, despedazando los tantos recuerdos, y aquella noche
que tanto le había dado, donde escurridiza escribía sus historias, momentos en
los que arropaba la inocencia de sus niños, mientras cantaba la canción de cuna
heredada de su abuela, cuando vigilante de los sueños, sonreía y besaba sus
frentes, pidiendo a Dios su protección, buscando el ángel de la guarda que se
los protegiera.
Misma noche que
le arrebató esa parte de su ser, doblándole las rodillas, enmudeciendo su grito
de clemencia, entregándole a la madrugada lo más amado de su vida.
Ya la noche no
volvió a ser como antes, y mientras llega en cada atardecer, a paso lento y
sigiloso, ella se sienta frente a la ventana, mientras una lágrima se cuelga de
sus pestañas, queriendo no caer, un suspiro explota en su pecho, la noche ha
comenzado su ritual y ella enredada con los recuerdos, sonríe a medias y
comienza a tararear….duérmete mi niño, duérmete ya.
Vilma Márquez (C) 2017
Mis utas verdades con la P rota.
Mis utas verdades con la P rota.